El viernes 2 de abril de 1982 los argentinos nos despertábamos con la noticia de que el ejército de nuestro país había invadido las Islas Malvinas que se encontraban en poder de los ingleses desde 1833; fue el inicio de una guerra sin razón que nos atravesó a todos.
El área de Economía y Administración nos recuerda y nos hace reflexionar hoy sobre esa parte de nuestra historia que aún sigue viva.
Este
año se cumplen 38 años de un día muy difícil para los argentinos. Hoy conmemoramos
el “Día
del Veterano y de los Caídos en la guerra de Malvinas”, y recordamos
el pasado, no sólo con la esperanza de que no se repetirá, sino además, con la esperanza
de evitar que la propaganda del vencedor se convierta en la historia oficial
del vencido.
No hay en nuestra historia reciente
una jornada comparable a la del 2 de abril de 1982. No recordamos una
vivencia tan cargada de emociones contradictorias y desconcertantes como las
que experimentamos ese día, y los días que siguieron, los habitantes de este
suelo.
De pronto, sin previo aviso, dos
sentimientos antagónicos, enfrentados, casi imposibles de conciliar se
instalaron en el ánimo de los argentinos; de un lado el inesperado
florecimiento del orgullo patriótico; del otro, la angustia de saber que
estábamos entrando en una guerra tenebrosa y de incierto destino. Porque la guerra fue la consecuencia, no de la voluntad
nacional de recuperar un territorio irredento, sino de un acto profundamente
doloso del gobierno militar de entonces al que solo le interesaba hallar
la forma de prolongar una dictadura que ya se desmoronaba.
No sólo para ellos la invasión de
las islas fue un conflicto. También lo fue para centenares de miles de
argentinos, atrapados por el dilema entre la voluntad patriótica por recuperarlas y el repudio a
la dictadura, que la usaba para encubrir su derrumbe.
Pero hoy no corresponde hablar de
aquella dictadura nefasta que tanto mal le hizo a nuestro país, sino
honrar a nuestros héroes. Jóvenes de apenas 18 o 19 años que recién habían
terminado su secundario, que estaban cumpliendo con el servicio militar
obligatorio y que se encontraron repentinamente luchando cuerpo a cuerpo con
soldados profesionales que los superaban ampliamente en armamento y
capacitación, en un contexto de hambre, desprotección y frío. Contra todo eso y
contra todos debieron luchar.
A treinta y ocho años de esa gesta,
con su doloroso saldo de frustración, la Constitución Nacional nos obliga y
convoca a recuperar nuestras Malvinas y demás islas, por medios pacíficos. Es
un compromiso y un mandato, racional, maduro, absolutamente irrenunciable. Pero
no bastan los puntuales y necesarios reclamos diplomáticos ni los merecidos
homenajes a los caídos y a los veteranos. Es necesario también cultivar, en las
nuevas generaciones, el conocimiento sobre nuestros derechos y un sentimiento
de pertenencia, de respeto hacia un pasado que forma parte indefectiblemente de
nuestro presente.
En las escuelas argentinas del
pasado, los héroes del siglo XIX eran la encarnación de las virtudes patrias.
Cuando a finales del siglo XX los héroes volvieron a hacerse presentes, el país se volvió
sordo y ciego. Parecería que el heroísmo es bello en los libros
de historia, pero indeseable y terrible en la realidad. No le demos la espalda
al pasado, démosle a cada uno el lugar que le corresponde. A los que enviaron a
la muerte a cientos de nuestros jóvenes, el repudio; a aquellos que lo dieron
todo, nuestro recuerdo y nuestro homenaje, porque se lo merecen.
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